Investigando
sobre la identidad femenina, y volviendo a los orígenes míticos
de toda una visión psicológica sobre el proceso edípico, me encuentro una vez
más con lo fundante del contacto, del cuerpo, la sexualidad femenina y la
maternidad…
Desde
hace muchos años, la mentalidad patriarcal ha necesitado institucionalizar la
necesidad del Poder para garantizar la superioridad de unos pocos en detrimento
de la vida orgánica y espontánea. Y para hacer esto, fue necesario que nos hicieran
creer que la vida, si la dejas fluir libremente, se moverá en una dirección
equivocada, que hará daño, es decir, que el impulso humano es malo y
pecaminoso.
Esto
se amplía luego a pensar en términos de que dentro nuestro vive un monstruo y nos
hace creer que los demás también son enemigos.
Revisemos
un poco esta historia de la tragedia para reencontrarnos con la Vida. Para esto
tomaré el mito de Edipo, tan extendido que hasta sería innecesario que lo
recuerde porque circula como leyenda urbana, pero hay algunos matices que
suelen pasarse por alto.
Edipo fue estigmatizado antes
de nacer. Su madre (Yocasta) lo envía a matar para salvar a su marido (Laio)
porque un oráculo había vaticinado que mataría a su padre y se acostaría con su
madre.
Es
decir, una mujer decide sacrificar la vida en función del hombre. Su lealtad al
hombre es la ley suprema. Pero esto no puede contarse así, porque sería muy obvia
la condena de la inocencia. Para esto es necesario convertir la inocencia en
culpa. Hay que culpabilizar a la víctima, inventar el pecado original, los
deseos incestuosos de las criaturas y romper así el contacto natural con la
vida. Esa es la tragedia: ser bueno y culpable al mismo tiempo.
La
lectura que se hace es que aunque se nazca y crezca con las mejores intenciones
de amor y compasión hay “algo innato” que nos impulsa a cometer delitos contra
los seres más queridos.
Así
estigmatizamos los deseos de las criaturas, los separamos del contacto
corporal, los hacemos dormir solos en cunas, le damos gomas para chupar, les
creamos el tabú del sexo y malinterpretamos el complejo de Edipo. Nos erigimos
en la Autoridad, dirigiendo al otro por el “buen camino” o lo que es lo mismo, lo
desconectamos.
Es
decir, se destruye la sexualidad primaria (no confundir con genitalidad), el
erotismo, se impide que se desarrollen el gusto, el olfato, el tacto, la
confianza y la sensibilidad de los seres humanos… cualidades filogenéticamente fijadas
para relacionarnos entre nosotros.
La
mujer que ante la falta del padre-marido, desea la muerte de sus hijos, es el
caso extremo de la mujer que sólo concibe su existencia –y su maternidad- en
función del hombre.
La
estructuración edípica de la psique es malinterpretada como la interiorización
de la culpa, la negación de los deseos, el afán de poseer y la introyección de
la autoridad y fundamentalmente, la subordinación de lo femenino a lo
masculino.
“La
tragedia de Edipo es la tragedia de las criaturas inocentes, que al caer bajo
la ley patriarcal, tienen que reconocerse culpables de ser lo que son, es
decir, criaturas deseantes, productoras de vida; declarados el deseo y el
impulso vital malignos, fuera de la Ley, somos culpables de cualquier
reconocimiento, de cualquier atisbo de reivindicación de nuestro deseo y placer
por la vida”
Para
comprender lo que es la vida
es necesario observar que “las condiciones que permitieron la aparición de un
ente orgánico son las mismas que pueden permitir su permanencia, su equilibrio
estable, su autorregulación… en otras palabras, no hay legisladores externos al
sistema”… hay relación… y la ruptura de la primera relación primaria humana
(madre-bebe) es el caso claro de perturbación de la autorregulación de la vida
y su fluir asociativo.
“La
transformación de la emoción en caricia y la caricia en placer es un proceso único
y específico en el que nadie puede trazar su camino desde afuera. No se puede
llegar al placer si no es desde el deseo, desde la emoción interior.” Y buscar
el placer y evitar el dolor es el proceso natural del mundo orgánico.
Es
en la recuperación de la confianza básica en la autoregulación de la vida, es
la libido femenina que sustenta la simbiosis primaria donde nace la sustancia
básica que teje la ayuda mutua en la sociedad humana.
Lo
verdaderamente subersivo del sistema interno construido en base a la
desconexión (ese conjunto de imágenes de sí y el mundo) y del sistema
patriarcal es la Ternura Deseante.
Esa
Ternura Deseante es el impulso original bueno e inocente, que nos lleva a la
cooperación, al encuentro, a la realización placentera de nuestras
potencialidades…a una sociedad justa, igualitaria y libre. Ese es el riesgo. El
trabajo empieza en uno mismo.
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