Hace ya años que vengo prestando atención a los movimientos evasivos que hacemos en las relaciones. Todas las maneras que tenemos de evitar el encuentro.
Es necesario cambiar el punto de foco: la persona está evitando el encuentro con el otro, sí, y en la base, esta la evitación del encuentro consigo mismo. Nos distraemos. En esta evitación, buscamos personas que “nos salven”. ¿De qué? De la soledad, del vacío interior, del dolor. ¿Cómo nos salvan? Pues deteniéndonos “en lo nuevo y bonito” que nos sucede, distrayéndonos de lo que hay debajo.
Y caemos una y otra vez en la trampa de creer que está vez es distinto, que esta vez, el amor, la fluidez, la espontaneidad, el calor, etc.… que siento con la persona nueva, me permitirán hacer las cosas de otra manera. Y así seguir huyendo del contacto con mis dificultades y mi vacío. Pero no. Nunca será distinto con otro si yo estoy sin recursos para sostener mi vacío.
La evitación es un daño que encarna dolor y sufrimiento. La honestidad de lo que es, nos llena de amor y nos sana. Aunque lo que encontremos no sea gustoso.
Encuentro parejas que están vacías de sí, como consecuencia del vacío de uno o los dos y que viven en un continuo desencuentro. Personas que van de pareja en pareja, en un patrón de evitación y daño que siempre lo lleva a repetir, a estar con escasos recursos para vivir las nuevas relaciones de otra manera. Se dañan a sí mismos y dañan al otro (que usan) para no contactar con sus dificultades de Ser.
Cuando uno entra en contacto son su vacío, empieza un Gran Duelo. El duelo del que fui hasta ahora.
Los duelos están para poder tocar el vacío, llorarlo, dolerse… descubrir como hacía para no estar en mí, mis maneras de hacerme daño… es un profundo proceso… así, con el tiempo y el trabajo personal uno vuelve a llenarse y a estar en el mundo, renovado.
Los duelos duran de entre uno a tres años… a veces más. Y aunque parezca mucho tiempo, nos merecemos salir de la soledad encontrándonos con nosotros mismos. Es desde ahí que nunca más se estaremos solos.
Un año de soledad es el tiempo mínimo que el organismo necesita sosteniéndose y conociéndose sin perderse con o en el otro. El vacío pasará de estar vacío a ser un campo fértil donde sembrar una nueva posibilidad: la posibilidad de ser Verdaderamente Sí Mismo. Y desde allí, desde la plenitud de Ser, ir al encuentro de lo posible con otro.
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