La "familia" es la base del desarrollo humano, dado que es el contexto social privilegiado para dotar de las condiciones necesarias que favorezcan el que sus miembros inmaduros, inexpertos e insuficientes, como son los hijos, alcancen su autonomía a todos los niveles. Además de los cuidados físicos necesarios que garanticen su supervivencia, la "familia" es la que proporciona el clima afectivo indispensable para que el proceso evolutivo transforme al ser biológico que es un bebé, en una Persona (con sus potencialidades desarrolladas).
Muchos hombres o mujeres que dicen estar comprometidos con la crianza de sus hijos e hijas tienen reacciones sorprendentes frente a las separaciones.
Se enamoran de su nueva “soltería” y confunden sus responsabilidades parentales con pérdida de libertad realizando conductas que dañan a los más vulnerables, los pequeños.
Los profesionales que asesoran en las separaciones recomiendan tomar conciencia de que en las separaciones las prioridades tienen que ser la de los pequeños, no la de alguna de las partes.
Ahora bien, las circunstancias en las que se produce una separación siempre son conflictivas, ya que muchas veces lo que llevo al quiebre de la relación esta basado en la incomunicación, el resentimiento y los patrones dañinos que se enquistaron con el tiempo, entorpeciendo que la situación se ordene en base al cuidado necesario que se necesita para transitar estas rupturas de forma adecuada.
En los niños, hay consenso en considerar, que la mayor vulnerabilidad, se plantea no solo con la separación en sí, sino que se agrava con las peleas, las discusiones y agresiones, podemos decir que el dolor propio de la separación se perpetúa en una familia con dificultad en mantener un dialogo respetuoso y un intercambio afectivo adecuado en el compromiso conjunto de sostener la crianza de los hijos.
Los padres siguen siendo padres hasta el fin de sus días, son los modelos básicos del comportamiento de sus hijos, tanto por lo que hagan o digan, como por lo que no hagan o dejen de decir.
Ellos deben de ofrecer a sus hijos modelos de respeto, de tolerancia, de optimismo, y de responsabilidad.
Los padres separados deben ser ejemplo de una vida enmarcada en una escala de valores y dar muestras, de que a pesar de las diferencias con su ex pareja y de la no convivencia, no renuncian a su papel de tales, por demás, difícilmente reemplazable en nuestra sociedad.
Consecuencia en los hijos
Cuando la pareja conyugal, no puede dejar lugar a la pareja parental, en la responsabilidad conjunta del cuidado de los hijos, todos los efectos psicológicos de ello se evidenciarán en una serie de manifestaciones en los hijos, dependiendo de la edad.
Si el momento de la separación o el divorcio de los padres ocurre siendo los hijos menores de siete años, sus primeras reacciones son de temor y de una profunda sensación de tristeza y de pérdida, conmoción e infelicidad, particularmente en el período de la ruptura y en el inmediatamente posterior. La mayor parte de ellos sienten una gran soledad, desconcierto e ira hacia sus padres, sentimientos que siguen siendo muy poderosos décadas después.
Para los menores de siete años, perder la disponibilidad de sus padres supone el mayor precipitante de angustia, dada la escasa capacidad que poseen para reconfortarse ellos mismos, angustia que está presente tanto si los padres son afectuosos como indiferentes, extrañando mucho al padre que se ha ido, temiendo no volver a verlo jamás.
Además, debido a las limitaciones cognitivas que los niños aún poseen, al temor de la desaparición de uno de sus padres se une la amenaza de que el otro también pueda irse, lo que hace más frecuente el llanto desconsolado, la intensificación exagerada de conductas de aproximación y contacto físico con la figura parental que ejerce la custodia, la aparición de conductas regresivas en la alimentación, las alteraciones en el control de esfínteres y en el ritmo del sueño, así como la aparición de conductas rituales (sobre todo en torno al momento de irse a dormir), todas ellas como medidas de control mágico de las separaciones del progenitor, dado que cualquier pérdida de la mera visión del que ejerce de custodio es vivenciada como susceptible de una nueva pérdida o abandono, con el consiguiente acrecentamiento de la angustia.
Algunos padres pueden pensar la separación es lo mejor para sus hijos dado que el ambiente en casa era muy malo. Otros afirmarán imprudentemente que a sus hijos no parece haberles afectado dado que no suelen hablar del tema. Sea como fuere, la realidad es que siempre hay consecuencias, sea en el presente o en el futuro.
Mientras que los pequeños transitan el duelo, que dura aproximadamente entre uno y tres años, en la medida de las posibilidades, es preciso cuidar que los efectos de nuevos cambios: de colegio, vivienda, amigos…
Esta inestabilidad que viven los pequeños en el proceso de separación es necesaria tenerla en cuenta frente a la presentación de nuevas relaciones.
Pasados entre uno y tres años tras la separación, el sistema familiar se han adaptado bien a su nueva forma de vida y han recuperado su equilibrio interior.
A partir de este momento, parte de este ajuste suele incluir una relación afectiva estable. El hecho de que un padre/madre separado establezca una nueva relación estable implica reconocer que compartirá su vida con otra persona y que reducirá la cantidad de tiempo y atención que va a poder dedicar a sus hijos. Este es uno de los motivos por los que una nueva relación cercana el momento de la separación entorpece la presencia afectiva y de apego que los niños necesitan para sentir eguridad en este largo período de transito. Otra es que ante esta situación los niños sienten como si estuvieran perdiendo a sus padres otra vez.
La inmadurez de los pequeños en el proceso de la angustia y el duelo es causa suficiente como para tomar conciencia de la responsabilidad de cuidar y no incrementar los motivos que despierten miedo, inseguridad, rabia, rigidez, dificultades sociales, etc.
Una segunda relación estable implica una serie de cambios difíciles. Una vez transcurrido el tiempo necesario, la transición será más llevadera y el resultado más prometedor si los adultos conocen las posibles reacciones de los niños y tienen claro cual es el papel que la nueva pareja del padre/madre debe desempeñar en la familia.
De acuerdo con sus resultados de investigaciones consultadas, el bienestar del hijo se sustenta en el ejercicio de una paternidad con Autoridad Moral y la existencia de estrechos sentimientos de afecto entre padres/madres e hijos, siendo ello el mejor “predictor” de los resultados respecto a una inadecuada formación escolar, externalización de conductas problemáticas e internalización de problemas emocionales.
Bibliografía consultada:
Dolto, F. El niño y la familia. Desarrollo emocional y entorno familiar. Paidós- Barcelona 1998
Winnicott, D. La familia y el desarrollo del individuo. Ed. Hormé Bs. As. 1984
Tuzzo, R. El impacto del divorcio en los más chicos. La República 3 de setiembre 2002.
Comentarios
Publicar un comentario