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La Mujer Salvaje



Cantando sobre los huesos.
Extracto de la Introducción de "Mujeres que corres con los lobos". Clarissa Pinkola Estés

Tanto los animales salvajes como la Mujer Salvaje son especies en peligro de extinción.

En el transcurso del tiempo hemos presenciado cómo se ha saqueado, rechazado y reestructurado la naturaleza femenina instintiva. Durante largos períodos, esta ha sido tan mal administrada como la fauna silvestre y las tierras vírgenes.

Durante miles de años, y basta mirar el pasado para darnos cuenta de ello, se la ha relegado al territorio más yermo de la psique. A lo largo de la historia, las tierras espirituales de la Mujer Salvaje han sido expoliadas o quemadas, sus guaridas se han arrasado y sus ciclos naturales se han visto obligados a adaptarse a unos ritmos artificiales para complacer a los demás.

No es ninguna casualidad que la prístina naturaleza virgen de nuestro planeta vaya desapareciendo a medida que se desvanece la compresión de nuestra íntima naturaleza salvaje.

No es difícil comprender porqué razón los viejos bosques y las ancianas se consideran unos recursos de escasa importancia. No es ningún misterio. Tampoco es casual que los lobos y los coyotes, los osos, y las mujeres inconformistas tengan una fama parecida. Todos ellos comparten unos arquetipos instintivos semejantes y, como tales, se les considera erróneamente poco gratos, total y congénitamente peligrosos y voraces.

Mi vida y mi trabajo como psicoanalista junguiana, poeta y cantadora, guardiana de los antiguos relatos, me han enseñado que la maltrecha vitalidad de las mujeres se puede recuperar efectuando amplias excavaciones “psico-arqueológicas” en las ruinas del subsuelo femenino. Recurriendo a estos métodos conseguimos recobrar las maneras de la psique instintiva natural y, mediante su personificación en el arquetipo de La Mujer Salvaje, podemos discernir las maneras y los medios de la naturaleza femenina más profunda. La mujer moderna es un borroso torbellino de actividad. Se ve obligada a serlo todo para todos. Ya es hora que se restablezca la antigua sabiduría.

Los lobos sanos y las mujeres sanas comparten ciertas características psíquicas: una aguda percepción, un espíritu lúdico y una elevada capacidad de afecto. Los lobos y las mujeres son sociables e inquisitivos por naturaleza y están dotados de una gran fuerza y resistencia. Son también extremadamente intuitivos y se preocupan con fervor en el arte de adaptarse a las circunstancias siempre cambiantes y son sinceramente leales y valientes.

Y, sin embargo, ambos han sido perseguidos, hostigados y falsamente acusados de ser voraces, taimados y demasiado agresivos y de valer menos que sus detractores. Han sido el blanco de aquellos que no solo quisieran limpiar la selva sino también el territorio salvaje de la psique, sofocando lo instintivo hasta el punto de no dejar rastro de él. La depredación que ejercen sobre los lobos y las mujeres aquellos que no los comprenden es sorprendentemente similar.

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Como un sendero del bosque que poco a poco se va borrando hasta que, al final, se reduce a casi nada, la teoría psicológica tradicional también se agota demasiado pronto cuando se trata de analizar a la mujer creativa, talentosa y profunda. La psicología tradicional se muestra a menudo muy parca o totalmente silenciosa a propósito de las cuestiones más profundas e importantes para las mujeres: lo arquetípico, lo intuitivo, lo sexual y lo cíclico, las edades de las mujeres, la manera de actuar de una mujer, su sabiduría y su fuego creador. Todo cuanto ha guiado durante dos décadas mi trabajo acerca del arquetipo de la Mujer Salvaje.

No se puede abordar la cuestión del alma femenina moldeando a la mujer de manera que se adapte a una forma más aceptable según la definición de la cultura que la ignora, y tampoco se puede doblegara una mujer con el fin de que adopte una configuración intelectualmente aceptable para aquellos que afirman ser los portadores exclusivos del conocimiento. No, eso es lo que ya ha dado lugar a que millones de mujeres que empezaron siendo unas potencias fuertes y naturales se hayan convertido en unas extrañas en sus propias culturas. El objetivo tiene que ser la recuperación de las bellas y naturales formas psíquicas femeninas y la ayuda a las mismas.

Los cuentos de hadas, los mitos y los relatos proporcionan interpretaciones que aguzan nuestra visión y nos permiten distinguir y reencontrar el camino trazado por la naturaleza salvaje. Las enseñanzas que contienen nos infunden confianza: el camino no se ha terminado sino que sigue conduciendo a las mujeres hacia el conocimiento cada vez más profundo de sí mismas. Los senderos que todos seguimos son los del Yo instintivo innato y salvaje.

La llamo Mujer Salvaje porque estas dos palabras en concreto; “Mujer “y “Salvaje” son las que crean el llamar o tocar la puerta, la mágica llamada a la puerta de la profunda psique femenina. Llamar o tocar la puerta significa literalmente tañer el instrumento del nombre para hacer que se abra la puerta. Significa utilizar unas palabras que dan lugar a la abertura de un pasadizo. Cualquiera que sea la cultura que haya influido en una mujer, ésta comprende intuitivamente las palabras “mujer” y “salvaje”.

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Puede que hayamos olvidado los nombres de la Mujer Salvaje, puede que ya no contestemos cuando ella llama por los nuestros, pero en lo más hondo de nuestro ser la conocemos, ansiamos acercarnos a ella; sabemos que nos pertenece y que nosotras le pertenecemos.

Nacimos precisamente de esta fundamental, elemental y esencial relación y de ella derivamos también en esencia. El arquetipo de la Mujer Salvaje envuelve al ser alfa matrilíneo.

Hay veces en que la percibimos, aunque sólo de manera fugaz, y entonces experimentamos el ardiente deseo de seguir adelante. Algunas mujeres perciben este vivificante “Sabor de lo salvaje” durante el embarazo, durante la lactancia de los hijos, durante el milagro del camino que en ellas se opera cuando crían a un hijo o cuando cuidan un amado jardín.

La existencia de la Mujer Salvaje también se percibe a través de la contemplación de la sublime belleza. La he sentido en mi interior viendo venir a los pescadores del lago en el crepúsculo con las linternas encendidas, y a sí mismo, contemplando los dedos de los pies de mi hijo recién nacido, alineados como una hilera de maíz dulce. La vemos donde la vemos, ósea, en todas partes.

Viene también a nosotras a través del sonido; a través de la música que hace vibrar el esternón y emociona el corazón; viene a través del tambor, del silbido, de la llamada y del grito. Viene a través de la palabra escrita y hablada; a veces, una palabra, una frase, un poema o un relato es tan sonoro y tan acertado que nos induce a recordar, por lo menos por un instante, de qué materia estamos realmente hechas y donde está nuestro verdadero hogar.

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Cuando las mujeres reafirman su relación con la naturaleza salvaje, adquieren una observadora interna permanente, una conocedora, una visionaria, un oráculo, una inspiradora, un ser intuitivo, una hacedora, una creadora, una inventora y una oyente que sugiere y suscita una vida vibrante en los mundo exterior e interior.

Cuando las mujeres están próximas a esa naturaleza, dicha relación resplandece a través de ellas. Esa maestra, madre y mentora salvaje sustenta, contra viento y marea, la vida interior y exterior de las mujeres.

Por consiguiente, aquí la palabra “salvaje” no se utiliza en su sentido peyorativo moderno con el sentido de falto de control sino en su sentido original que significa vivir una existencia natural, en la que la criatura posee una integridad innata y unos límites saludables. Las palabras “mujer” y “salvaje” hacen que las mujeres recuerden quiénes son y qué es lo que se proponen. Personifican la fuerza que sostiene a todas las mujeres.

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En general, si entendemos la naturaleza salvaje como un ser por derecho propio que anima y conforma la más profunda existencia de una mujer, podremos empezar a desarrollarnos de una manera que jamás se hubiera creído posible.

Una psicología que no consiga dirigirse a este ser espiritual innato que habita en el centro de la psicología femenina no les sirve para nada a las mujeres y no les servirá tampoco a sus hijas ni a las hijas de sus hijas a lo largo de muchas generaciones por línea materna.

Por consiguiente, para poder aplicar una buena medicina a las partes enfermas de la psique salvaje, para poder corregir la relación con el arquetipo de la Mujer Salvaje, hay que identificar convencionalmente los trastornos de la psique.

Aunque en la profesión clínica disponemos de un buen manual estadístico de diagnóstico y una considerable cantidad de diagnósticos diferenciales así como de parámetros psico-analíticos que definen las psicopatías a través de la organización (o ausencia de ella) de la psique objetiva y del eje Ego-Yo1, hay otras conductas y otros sentimientos definitorios que, desde el marco de referencia de una mujer, describen con enorme fuerza lo que ocurre.

¿Cuáles son los síntomas emocionales de una ruptura de la relación con la fuerza salvaje de la psique? Sentir, pensar o actuar crónicamente de alguna de las manera que a continuación se describen es haber cortado parcialmente o haber perdido por entero la relación la con psique instintiva más profunda. Utilizando un lenguaje exclusivamente femenino, dichos síntomas son: sentirse extremadamente seca, fatigada, frágil, deprimida, confusa, amordazada, abozalada, apática hasta el extremo. Sentirse asustada, lisiada o débil, falta de inspiración, animación, espiritualidad o significado, avergonzada, crónicamente irritada, voluble, atascada, carente de creatividad, comprimida, enloquecida.

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Una mujer sana se parece mucho a una loba: robusta, colmada, tan poderosa como la fuerza vital, dadora de vida, consciente de su propio territorio, ingeniosa, leal, en constante movimiento.

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Cuando las vidas de las mujeres se quedan estancadas o se llenan de aburrimiento, es hora de que emerja la Mujer Salvaje; es hora de que la función creadora de la psique inunde el delta.

1 La frase Ego-Yo la utiliza Edgard Ferdinand Edinger para describir la visión que tenía Jung del ego y el yo como unas relaciones complementarias, cada unas de las cuales- el moviente y el movido- necesita de la otra para poder actuar.

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